
Se querían como nadie, su amor llegaba más lejos que los límites de la realidad. Era mágico. Eran dos jóvenes amándose por encima de cualquier pero. Eran felices, como nunca lo habían sido. Sentías cosas que no eran capaces de explicar, miles de sentimientos se mezclaban y se multiplicaban en ellos. Era prácticamente imposible no verles sonreír. Cuando estaban juntos no se separaban, y cuando no lo estaban se buscaban con la mirada. La felicidad se les escapaba de las manos. Sentían esas famosas mariposas en el estómago de las que tanto habla la gente. Ya no se imaginaban la vida si no estaban juntos, pero tuvieron que hacer frente al peor de los destinos, la muerte. Él se quedó solo, pero se juro a sí mismo que ni la muerte conseguiría separarlos. Cada día él ponía su canción favorita, echaba su perfume por la casa para así poder recordar su olor y sentir su presencia, dormía en una esquina de la cama dejando el otro lado para ella, le escribía cartas en los momentos más importantes del año y nunca nunca nunca volvió a enamorarse. Respeto su recuerdo hasta el último de sus días. Nunca se sintió solo, siguió siendo feliz y siguió notando su presencia, su amor pudo con todo y cuando llegó el momento de volverse a encontrar, ella estaba ahí esperando su llegada.